Esta historia comienza con mi segundo embarazo. En el proceso de este embarazo, yo comencé a presentar algunos síntomas muy específicos, por lo cual me hicieron unos estudios y el médico que me atendió se dio cuenta que estaba en una condición de hipotiroidismo. En un inicio yo le atribuí estos síntomas al hecho de que estaba embarazada, y por esto nunca hubo una preocupación de algo más; mi embarazo lo viví feliz.
En estos estudios que me envió el doctor, se dieron cuenta que tenía unas masas en una parte del cuello, de las cuales me realizan una biopsia. Un día antes de mi cesárea, el médico me da la noticia de que había una gran probabilidad de que estas masas fueran cancerígenas. Recuerdo mucho ese día donde todo se tornó confuso sobre todo para mi familia, ya que los pensamientos que les rodeaban eran que al día siguiente íbamos a tener a Celeste en nuestros brazos, pero también que yo tenía que lidiar con un cáncer y todo lo que esto implica. Yo, por el contrario, y a pesar del diagnóstico, no sentía que tuviera cáncer en mi cuerpo y que estaba totalmente sana. En ese momento yo me sentí acompañada por Dios y sobre todo por su amor y sabiduría, que me llevo a tomar la decisión de guardarme este proceso para mí y mi círculo más cercano, es decir, no compartirlo con nadie. En ese momento yo sentí que de mi boca debía salir solo las palabras de mi Padre, lo cual tuvo una trascendencia muy importante: pude vivir una vida normal y feliz durante este proceso, incluso cuando los pensamientos negativos venían; de una forma sobrenatural, y fue algo que nunca forcé, yo encontraba las razones que tenía para disfrutar de mi día a día.
En la siguiente cita con el médico, me informan que me debían retirar toda la tiroides y me explicó las implicaciones de por vida que esto tendría y los riesgos, entre los cuales estaba la posibilidad de quedarme sin voz. Sin embargo, este doctor dentro de la explicación me dio la esperanza de que todo iba a estar bien y que lo importante era hacer este procedimiento lo más pronto posible.
Dentro de las autorizaciones para esta cirugía, me dieron una fecha de espera exactamente de un mes y medio, que era la espera mínima para programar la cirugía, lo cual no era un plazo acorde a la urgencia de mi condición y a la posibilidad de reducir los riesgos al hacerla con la mayor prontitud; pero milagrosamente a las 3 horas de haber anotado esta fecha, recibí una llamada y pudimos programarla para la siguiente semana. Literalmente yo pude ver la mano de Dios en todo esto y que Él estaba pendiente de cada detalle de mi proceso.
Algo particular que pasó fue que yo siempre oré no para que Dios me sanara, sino para que la cirugía saliera bien y no fuera dolorosa; yo siempre tuve la conciencia de que estaba sana y esto tiene que ver con la fe que Dios había puesto en mí. Y así como se lo pedí a Dios, así pasó: todo salió bien y con mucha tranquilidad al punto que yo desperté en la habitación y ni siquiera pasé por el cuarto de recuperación de la anestesia. Debo resaltar que siempre tuve un apoyo incondicional, tanto emocional como espiritual de parte de mi esposo en todo este proceso de recuperación y la atmosfera de la que nos rodeamos en estos días fue una atmosfera de fe y esperanza, gracias a que seguimos la instrucción de parte de Dios de cuidar lo que declarábamos y de quien nos rodeábamos. Fuimos muy celosos al cuidar y seguir esta instrucción que entendimos que era Dios cuidando nuestro proceso. Dios hizo que durante este tiempo yo me sintiera como “caminando sobre algodones”, dentro de todo lo incomodo que pudo ser este proceso, yo lo pude vivir tranquila.
A los pocos días recibimos los resultados definitivos de la biopsia, la cual mostraba que efectivamente eran células cancerígenas pero que estaban encapsuladas y que no había podido hacer metástasis, es decir: Sandra libre de cáncer oficialmente. Ese día celebramos lo que ya estábamos convencidos de lo que iba a pasar y que la protección de Dios era totalmente real y verdadera.
Hubo un momento en que me dije a mí misma: ¿sabes qué, Sandra?, no pasó nada más. Dios te cuidó en cada detalle, en cada momento y en cada situación de este proceso. Un momento en el cual me sentí tan amada, tan feliz y especial que sólo tenía mente para darle gracias a Dios por lo bueno que había sido conmigo.
El resultado de esto no fue solo que recibí mi sanidad, sino que me hizo recordar cada proyecto con Dios que había dejado a medias, porque simplemente no podía ver su actuar en medio de todo. Fue el momento que reavivó mis ganas de vivir en el propósito maravilloso que Dios había creado para mí. Este fue el momento donde recordé que no había nacido para vivir más en la rutina, sino para aventurarme en todos los planes que Dios tiene conmigo.
A los dos meses de haber pasado por la cirugía y por el nacimiento de mi bebé, el especialista que estaba llevando mi proceso me envió unas terapias con yodo radiactivo; básicamente lo que esto hace es tratar el cáncer matando las células cancerosas restantes después de la cirugía en la cual extirparon la glándula tiroides. Aparte de esto, funciona como un marcador en caso de que las células cancerosas estén en otros lugares del cuerpo. El hecho de ser radiactivo implicaba que, mientras que me hacían el procedimiento, yo debía estar totalmente aislada, al punto que mi esposo me dejaba las comidas en el piso de la habitación y cuando él se iba yo la tomaba.
Este proceso fue un poco complicado, sobre todo porque durante los días que duró este procedimiento no pude ver ni tocar a mis hijos ni a mi esposo, a menos que fuera por video llamada, sin embargo, debo decir que el mismo testimonio que había presenciado sobre mi vida, me tenía fortalecida y con ganas de vencer esto de una vez y para siempre, al punto que yo tome este tiempo prácticamente como un retiro espiritual, con libro, Biblia y videos; un tiempo a solas con Dios. Incluso en este proceso pude ver a Dios, porque el tiempo en el que estuve sometida al tratamiento fue mucho más corto de lo esperado gracias a la respuesta de mi cuerpo.
Para mí esto ha sido un regalo porque ante todo pude verme y sentirme como la hija amada de Dios, que no vine a esta tierra simplemente para estar sino también porque tengo un propósito y sin duda alguna, apegada a la dirección de Dios voy a poder dar pasos a este propósito.
Mi hija Celeste, aparte de venir a ser mi mejor amiga, vino como un regalo de Dios en el momento oportuno; yo la veo como esa mensajera que vino a avisar a mi cuerpo que algo no estaba bien y que debía tomar medidas. Para mí, ella representa esa mensajera de Dios que vino a avisarme de lo que estaba mal pero también a impulsarme y darme ánimos para avanzar.
Esto me dio tanto propósito y tantas ganas de vivir que empiezo a retomar proyectos personales olvidados, acomodándolos a los deseos y la necesidad de trabajar desde mi casa y estar para mis hijos y mi esposo; es entonces, donde nace Celestic Chocolates. Comencé con una visión tan clara en mi cabeza, que sé que Dios la trazo para mí y que, como toda visión dada por Dios, sé que veré frutos inmensos. Hoy puedo dar testimonio que no solo me dio sanidad, sino que ha sido más que suficiente.
Este fue un renacer completo y definitivamente es una demostración de que Dios no hace nada a medias.